A un año tras tiroteo masivo, El Paso sigue de luto

WASHINGTON (CNS) — La gente de El Paso, Texas, hizo lo mejor que pudo, bajo circunstancias extraordinarias, para recordar las 23 vidas perdidas en el evento sangriento que ocurrió en un día de verano hace un año.

La pandemia de COVID-19, por las restricciones de distanciamiento social, limitaron en gran medida la capacidad de El Paso para reunirse como comunidad y procesar juntos los efectos persistentes del tiroteo masivo, perpetrado por un hombre armado que abrió fuego contra latinos en un Walmart el 3 de agosto de 2019.

Pero con creatividad, los habitantes de El Paso organizaron un evento el 3 de agosto de 2020, que incluía un espacio al aire libre con luminarias con 23 figuras de forma humana (cada una decorada con flores) para conmemorar a aquellas personas que no salieron con vida de la tienda, así como a aquellos que nunca se recuperarán del daño físico causado por el ataque con rifle dentro de Walmart. Los líderes de la ciudad dieron a conocer un plan para construir un monumento permanente en honor a las víctimas y, con algunos miembros de sus familias presentes, leyeron en voz alta los nombres de los fallecidos.

Además de las 23 vidas que el perpetrador se llevó, el asalto dejó más de dos docenas de heridos.

Aunque en las noticias abunda la palabra “resiliencia”, refiriéndose a la comunidad, la verdad es mucho más compleja.

¿Ha traído alivio el año que ha pasado?

Obispo Mark J. Seitz y el padre Fabi·n M·rquez, ambos de El Paso, Texas, pasaron un momento a rezar el 26 de septiembre de 2019 por Antonio Basco, quien perdiÛ a su esposa, Margie Reckard, vÌctima de un tiroteo masivo dentro de un Walmart el 3 de agosto en El Paso. En una entrevista con Catholic News Service, el obispo Seitz reflexion Û sobre el tr·gico evento un aó despuÈs de los asesinatos que lo afectaron profundamente a Èl y a su comunidad. (Foto CNS– Tyler Orsburn)

“Sí, hasta cierto punto, y no”, acotó Fernie Ceniceros, director de comunicaciones de la Diócesis de El Paso, quien vive en el vecindario donde ocurrió el tiroteo. “El COVID-19 ha hecho que sea más difícil de procesar. Es como si hubieras sobrellevado una tormenta y luego llega un huracán que causa aún más problemas para todos”

En abril falleció Guillermo García de 36 años, el último paciente en el hospital con heridas por el tiroteo. El obispo de El Paso, Mark J. Seitz, lo había estado visitando, pero debido a las regulaciones de la pandemia, las visitas se detuvieron. Para muchos, existe la sensación de no haber podido llorar su muerte adecuadamente.

Esos momentos han dejado a algunos habitantes de El Paso, como Ceniceros, con una sensación de cierto luto interrumpido y con preguntas persistentes.

El día del tiroteo, Ceniceros tenía planes para ir a ese Walmart para hacer las compras de la familia, pero se retrasó porque estaba jugando con su hija y luego fue al gimnasio, donde se quedó más tiempo de lo esperado. Mientras trataba de ingresar al estacionamiento de Walmart, la entrada estaba bloqueada y vio a “una persona blanca siendo escoltada a un vehículo” y helicópteros en el cielo. Al principio, no se alarmó, pero luego llamó a su jefe, el obispo Seitz.

“Llamé rápidamente al obispo Mark” para decirle que algo estaba pasando, recordó Ceniceros, y luego tuvo la sensación de “por algún motivo … necesito salir de aquí”.

Un año después, durante los homenajes y recordatorios a los que asistió con el obispo y también en otros momentos, Ceniceros dijo que se pregunta por qué él se salvó. Si hubiera salido del gimnasio antes, o si no se hubiera detenido a jugar con su hija, habría estado en la tienda cuando ocurrió el tiroteo, incluso quizás se hubiera cruzado con el perpetrador en el estacionamiento.

Patrick Crusius, el sospechoso de 21 años de Allen, Texas, enfrenta cargos de asesinato capital por delitos de odio y está esperando un juicio. Las autoridades han dicho que se cree que el ataque en Walmart estaba dirigido a latinos, ya que el presunto atacante dijo a las autoridades que su objetivo era dispararle a “mexicanos”.

“Ha sido un año de un pensar continuo … de todas las formas en las que se puede pensar sobre ello. Ya sea si fue un ataque contra ti y tu raza … Piensas todo tipo de locuras, pero la realidad es que sí, yo habría sido uno de sus objetivos … Soy un mexicano-estadounidense de primera generación. Él seguramente me habría disparado”, señaló Ceniceros.

Para el obispo Seitz, el ataque fue un asalto a quienes considera familiares.

“Para mí, fue caer en cuenta que el racismo no es una historia pasada”, manifestó el obispo Seitz en una entrevista con Catholic News Service el 4 de agosto. “No es simplemente una ideología loca que sostienen algunas personas insensatas, sino que es una forma de hablar que está matando, que mata a la gente. Y mató a miembros de mi familia, en el sentido de que (mató) a personas a las que estoy llamado a servir como pastor y a quienes amo”

La recuperación, continuó, “va a ser un proceso largo, especialmente para aquellos que han sido directamente afectados”.

“Caminé con ellos este último año, experimenté con ellos su dolor, su terrible pérdida. Las formas en que esa experiencia cambió por completo sus vidas, las vidas de sus seres queridos para siempre”, dijo el obispo.

Es demasiado pronto para decir que la comunidad se ha recuperado, acotó.

Sin embargo, el obispo Seitz dijo que ha sido gratificante ver como los habitantes de El Paso (tanto como han podido durante la pandemia) mostraron a los que aún están de luto que no están solos, que “son parte de una comunidad que realmente los quiere, incluyendo la comunidad de la iglesia”.

Personalmente, declaró, ha sido difícil ver cómo personas de color, y no solo latinos, quienes parecían ser el objetivo del ataque, sino también los afroamericanos de la comunidad diversa y binacional de El Paso “han perdido su sentido de seguridad, su sentido de posibilidades. Su inocencia, en cierto modo, ha sido robada”.

“Es doloroso y difícil imaginar que gente pueda mirar a estos hermosos hermanos y hermanas suyos y pensar que, de alguna manera, no son sus hermanos y hermanas. Que no importa si, de alguna manera, los matan. No puedo comprender esa forma de pensar, pero sé que es real. No podemos simplemente esconderlo debajo de la alfombra sin lidiar con eso”, dijo.

Un par de días antes del primer aniversario del tiroteo, el obispo anunció la formación de una comisión sobre raza y equidad, destinada al diálogo entre diferentes grupos, pero también dirigida a hacer cambios estructurales.

“Una cosa que he aprendido es que la iglesia tiene la oportunidad de hacer cosas que quizás otros no están en condiciones de hacer”, acotó. “Trascendemos la división ideológica y partidista que está presente, y podemos hablar con diferentes miembros de la comunidad y brindar una especie de lugar seguro para reunirnos. No hay forma de que, sin mirar las raíces de la división y las raíces del racismo, pueda haber un cambio, a menos que crucemos las divisiones partidistas y las diferentes cosas que nos separan”.

Desde el punto de vista de un líder espiritual, el obispo Seitz dijo que, al igual que otros sacerdotes en su diócesis, ha encontrado un sentido renovado en su ministerio sacerdotal, incluso por haber estado rodeado de dolor. Ha visitado a las familias de los muertos y sobrevivientes.

“Creo que, como sacerdote, y ahora como obispo, tengo la sensación de que la razón por la que existo, por así decirlo, la razón por la que he recibido este llamado, es para poder llevar a Dios a situaciones en que más se le necesita, y también traer consuelo a la gente y ayuda en medio de estas circunstancias en las que se sienten tan solos y sin un sentido de dirección”, dijo.

“He llegado a ver que mi presencia como sacerdote, la presencia de la iglesia, en general, es una de las únicas cosas que realmente pueden marcar una diferencia para las personas en esos momentos”, continuó.

“El resto son solo palabras … frases como ‘las cosas van a mejorar’ o ‘mantengan vivos sus recuerdos’, son frases vacías. Pero que yo pueda aportar algo a la gente que realmente hace una diferencia y les ayuda a encontrar el valor y la fuerza para seguir adelante “.

“Entonces, si bien es una experiencia emocional para mí”, agregó, “es una que me llena de cierta manera, me ayuda a sentir que esto es algo que me da un propósito”.

Guiar un rebaño y atender a una comunidad después de un evento traumático a gran escala no es posible sin la ayuda de arriba, dijo, y sin permanecer en un servicio constante al pueblo de Dios.

“No es algo para lo que uno pueda realmente anticiparse o prepararse”, manifestó el obispo Seitz. “Para mí, es un recordatorio de que uno tiene que mantener fuerte su vida espiritual porque no se puede dar lo que no se tiene”.

 

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Author: Catholic News Service

Catholic News Service is the U.S. Conference of Catholic Bishops’ news and information service.

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