Celebrar el regalo de la salvación durante todo el tiempo de Navidad

Por D.D. Emmons, OSV News

(OSV News) — El asombroso misterio de que Dios haya venido al mundo como un recién nacido excede la comprensión de cualquier ser humano. Sin duda, se trata de un acontecimiento imposible de entender en un solo día. Por eso, además de la Navidad, la iglesia nos regala los siguientes ocho días y gran parte del mes de enero para meditar sobre este milagro y comprender lo que ha sucedido. Las fiestas y celebraciones del primer mes del año nos ayudan a profundizar en el significado del nacimiento de este niño, su divinidad y lo que su llegada representa para nosotros.

— Solemnidad de la Santísima Virgen María: Octava de Navidad

El 1 de enero suele ser un día lleno de tradiciones en todo el mundo: celebramos con la familia y los amigos, brindamos por el año que comienza, nos pasamos horas mirando deportes y nos ponemos metas para el año que comienza.

Para los católicos, también es un día de precepto, lo que significa que debemos ir a Misa. La iglesia conmemora varios acontecimientos importantes ese día.

El 1 de enero marca el octavo día después de Navidad. En esta fecha celebramos el papel de la Virgen María en la historia de la salvación, cuando respondió “sí” al ángel, dispuesta a ser la sierva de Dios y a cumplir su voluntad. También recordamos la circuncisión de Cristo y el día en que recibió su nombre. En los días y semanas siguientes, otras fiestas proclaman la divinidad de Cristo.

El homenaje a María el 1 de enero se conoce en el calendario litúrgico como la solemnidad de la Santísima Virgen María, Madre de Dios. Una solemnidad, que implica un carácter “solemne” o “digno,” ocupa el segundo lugar en importancia dentro del orden de las fiestas y celebraciones de la Iglesia, después del domingo. Reconocer a María como Madre de Dios es la fiesta mariana más antigua, con orígenes que se remontan al siglo I.

La fiesta del 1 de enero en honor de María formó parte del calendario anual de la iglesia hasta el siglo XIII, pero luego fue reemplazada por la fiesta de la circuncisión de Cristo y la octava de la Natividad.

En Génesis 17:10-14, Dios hizo un pacto con Abraham, estableciendo que todos sus descendientes varones debían ser circuncidados: “Todo varón entre ustedes deberá ser circuncidado a los ocho días después de su nacimiento”.

Este acto sería la señal del pueblo elegido de Dios, los israelitas. María y José sometieron a Jesús a la Ley. En Navidad, se hizo hombre; en su circuncisión, se identificó como judío. “Tuvo que hacerse semejante en todo a sus hermanos, y llegó a ser el sumo sacerdote lleno de comprensión, pero también fiel en el servicio de Dios, que les consigue el perdón”. (Hb 2,17).

A pesar de su condición divina, Jesús cumplió con todas las leyes, identificándose así con el pueblo judío.

En 1969, las Normas Generales de la Iglesia establecieron el 1 de enero como la solemnidad de la Santísima Virgen María, Madre de Dios. La circuncisión de Cristo, su humilde aceptación de la voluntad del Padre, sigue siendo recordada en la Misa de ese día. “Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, nombre que había indicado el ángel antes de que su madre quedara embarazada” (Lc 2, 21).

— Fiesta del Santo Nombre de Jesús

El nombre de Jesús significa “salvador” o “Dios salva” y refleja plenamente quién es Él. San Pablo lo expresa mejor: “Para que al Nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y entre los muertos, y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Flp 2,10-11).

La Iglesia ha dedicado tradicionalmente el mes de enero al Santo Nombre de Jesús. En el siglo XV, la devoción al Santo Nombre y, por ende, a la divinidad de Cristo, se había extendido ampliamente. Para 1721, se estableció la fiesta del Santo Nombre el 2 de enero (o el domingo más cercano entre el 2 y el 5 de enero).

El espíritu de la iglesia reflejaba el del salmista: “Te celebro, oh Rey mi Dios, y bendigo tu nombre para siempre” (Sal 145,1). La Iglesia nos enseña a pronunciar siempre el nombre de Jesús, especialmente en el momento de nuestra muerte.

La fiesta del Santo Nombre permaneció en el calendario hasta 1969, cuando, al igual que la fiesta de la circuncisión, fue suprimida. En 2002, se retomó como una conmemoración opcional.

— Epifanía del Señor

La Epifanía, o manifestación, de Jesús se celebra tradicionalmente el 6 de enero (y el primer domingo después del 1 de enero). En los primeros tiempos de la iglesia, esta era la fecha en la que se conmemoraba el nacimiento de Jesús. Para el siglo V, la mayoría del mundo aceptó el 25 de diciembre como la fecha del nacimiento de Cristo. Hoy en día, la iglesia oriental hace hincapié en el bautismo y el milagro de Caná en la Epifanía, mientras que en Occidente nos centramos en la visita de los Tres Reyes Magos.

Los Reyes Magos vivían en Arabia o Persia, estudiaban el cielo y notaron una nueva estrella que creían anunciaba el nacimiento de un rey en Israel. Dios dio a conocer el nacimiento de Cristo a los pastores judíos mediante el anuncio de los ángeles. De manera similar, les dio a los Reyes Magos la señal de la estrella, y les concedió la gracia de seguirla hasta Belén. Así, el nacimiento de Jesús no fue solo para los israelitas, sino que se manifestó a todas las naciones. Los Reyes Magos reconocieron la divinidad del niño al ofrecerle regalos valiosos, y “se postraron y lo adoraron” (Mt 2,11).

— El Bautismo del Señor

El domingo de enero siguiente a la Epifanía, celebramos el bautismo de Nuestro Señor, el día en que se manifestó su divinidad y Jesús es identificado como Hijo de Dios.

Si bien Jesús no necesitaba ser bautizado, San Juan el Bautista lo bautizó en el río Jordán, en medio de pecadores.

Los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas relatan cómo el Espíritu Santo descendió sobre Jesús y una voz del cielo exclamó: “Este es mi hijo amado, en quien tengo puesta mi predilección”.

El Evangelio de Juan describe el acontecimiento desde la perspectiva de Juan el Bautista: “He visto al Espíritu bajar del cielo como una paloma y quedarse sobre él. Yo no lo conocía, pero Aquel que me envió a bautizar con agua, me dijo también: Verás al Espíritu bajar sobre aquél que ha de bautizar con el Espíritu Santo, y se quedará en él. Sí, yo lo he visto; y declaro que éste es el Elegido de Dios”. (Juan 1,31-34).

Jesús entra en las aguas bautismales al igual que los pecadores que estaban allí y sale de ellas como el Mesías, ahora conocido por el mundo.

Author: OSV News

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