Ciudad salvadoreña celebra a hermanas Maryknoll como ‘mártires’ locales

CHALATENANGO, EL Salvador (CNS) — Durante una brillante y clara tarde de enero, el obispo Oswaldo Escobar Aguilar entró a un cementerio en la ciudad de Chalatenango, y tocó cuidadosamente una placa blanca encima de un bloque de tumbas decoradas con azulejo celeste y cruces blancas. Pensando lo que había que hacer durante el año que recién comenzaba, le dijo a Violeta Esmeralda Serrano, la secretaria de la curia, quien se encontraba cerca, que había que llevar flores a las tumbas para el 2 de diciembre.

En esa fecha, en 1980, dos de tres hermanas Maryknoll de Estados Unidos (quienes están enterradas allí) fueron asesinadas cerca de la capital del país, San Salvador, junto con otras dos mujeres católicas estadounidenses. Aunque los asesinatos contra estadounidenses sorprendieron a muchos en el país y en Estados Unidos, la pérdida de las hermanas Maryknoll se sintió profundamente en la Diócesis de Chalatenango (al norte de El Salvador), donde las mujeres vivían y trabajaban. Las hermanas Maryknoll, Maura Clarke e Ita Ford, junto con la hermana Ursulina Dorothy Kazel y la misionera laica Jean Donovan, fueron violadas y asesinadas por militares salvadoreños mientras se desplegaba la guerra civil y el derramamiento de sangre entre comunidades católicas pobres como Chalatenango apenas comenzaba.

Salvadoreños pasan cerca de un mural de mártires salvadoreños el 15 de agosto de 2020, frente a la iglesia católica Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza, El Salvador. El mural incluye a cuatro religiosas estadounidenses asesinadas en El Salvador en 1980. (Foto CNS/Cortesía de Patricia Lazo)

Hoy, casi cuatro décadas después de su muerte, a las mujeres se les recuerda, no por la forma en que murieron, sino como ejemplos de vidas cristianas y de entrega, y con las palabras “mártires” y “santas” que salen de la boca de las personas quienes mantienen viva su memoria. Ellas aparecen en murales de mártires salvadoreños, como el de Zaragoza, en el departamento de La Libertad, donde vivían la hermana Kazel y la laica Donovan, y en las páginas de una carta pastoral de 2017 sobre los mártires del país, emitida por el arzobispo José Luis Escobar Alas de San Salvador.

En un momento de la década de 1980, recuerda el padre Manuel Acosta, la comunidad de Chalatenango empezó un homenaje, con una misa y una procesión para recordar el día de la muerte de las mujeres, con especial interés en las hermanas Maryknoll, vinculándolas al sacrificio colectivo de los mártires católicos locales.

“Monseñor Eduardo Alas Alfaro lo quiso así”, le dijo el padre Acosta a Catholic News Service en una entrevista el 25 de agosto, recordando el mandato del primer obispo de Chalatenango, quien insistió en buscar una forma de honrar a las hermanas. “Quiso que así fuera, el día del asesinato de las Maryknoll y dijo: ‘De esta forma vamos a mantener la memoria'”.

Ese no fue un compromiso fácil durante la guerra. Chalatenango, una población pobre, rural, y con residentes que a menudo se les atacaba por sospechas de que estaban del lado de los guerrilleros durante la guerra, fue un lugar de constantes bombardeos y masacres durante la guerra del país de 1980 a 1992. Se cree que allí se han producido más de 50 masacres.

Después de que el entonces arzobispo Óscar Romero de San Salvador envió una carta solicitando más hermanas Maryknoll, la orden aumentó su presencia en el país. A pesar del conflicto civil que comenzaba, y en medio de las masas pobres, explotadas y predominantemente católicas de Chalatenango, la orden envió a las hermanas Clarke y Ford para dirigir grupos de estudio bíblico. Aunque Donovan y la hermana Kazel vivían en otra parte del país, ellas viajaban frecuentemente a Chalatenango para reunirse y organizar con las hermanas Clarke y Ford el transporte de alimentos, medicinas y, a veces, de niños heridos a un lugar seguro.

La hermana Carla Piette, la tercera hermana Maryknoll enterrada en el cementerio de Chalatenango, también sirvió allí, pero murió ahogada el 23 de agosto de 1980, después de perder el control de un auto que conducía tras una inundación repentina.

“Eran buenas hermanas”, recordó el padre Marcos Tulio León, párroco de la Iglesia Inmaculada Concepción en Nueva Concepción, quien asistió al funeral de la hermana Piette. “Trabajan por la gente pobre, y trabajaban ellas con mucha abnegación”.

En anotaciones del diario y cartas leídas en el documental de 1982 “Rosas en diciembre”, Donovan, formada como misionera laica a través de un programa Maryknoll, realizó una crónica de la violencia en la región a mediados de agosto, pocos meses antes de su muerte, y habló de los cuerpos que se encontraban a lo largo de la carretera, de los helicópteros, camiones, y soldados en la región. Ella observó que “Chalatenango se encuentra en una guerra civil absoluta en este momento”. Unas semanas antes de morir, habló de querer irse de El Salvador, pero se sintió incapaz de hacerlo por los niños, “las pobres víctimas maltratadas de esta locura”.

“Ellas vinieron a encarnar la realidad salvadoreña, vinieron a hacerse pobres aquí, vinieron a ser perseguidas, vinieron a aguantar lo que lo que todos los pobres aguantaban en aquel tiempo que era la persecución”, señaló el padre Acosta. “Dejaron su cultura, dejaron su comodidad, y vinieron aquí para vivir el día al día de los pobres. Fueron arrastradas por ríos, fueron registradas muchas veces, hasta que fueron asesinadas”.

Incluso en la muerte, soportaron la impunidad de los crímenes cometidos contra los pobres del país, dijo el obispo Escobar. Documentos de ese tiempo muestran que funcionarios del gobierno de Estados Unidos, que en ese momento estaban apoyando (económicamente y de otras maneras) la represión del gobierno de El Salvador, incluso llegaron a sugerir que las mujeres católicas podrían haber tenido la culpa, llamándolas “activistas” y sugiriendo que podrían haber violado un retén y eso las llevó a la muerte, pero no se habló de su violación. Sus cuerpos fueron descubiertos después, con disparos a la parte posterior de la cabeza, estilo ejecución, y sus asesinos las dejaron amontonadas una encima de la otra en una fosa.

Aunque los cuerpos de la hermana Kazel y Donovan fueron llevados a Estados Unidos, las hermanas Ford y Clarke fueron enterradas en El Salvador, en Chalatenango, manteniendo la práctica de las Maryknoll de ser enterradas donde sirvieron.

“Pudieron haber salvado su vida y, como decía antes, pudieron haber vivido de mejor manera en su país natal que acá, pero no solo se solidarizaron con los pobres, sino que corrieron la misma suerte que los pobres, de los miles de catequistas asesinados, delegados de la palabra, por una cruenta represión”, dijo el obispo Escobar en una entrevista con CNS el 2 de septiembre. “Ellas fueron víctimas, podríamos decir, hasta de las armas de el propio país de donde ellas eran, porque, pues, nuestras Fuerzas Armadas recibían la financiación militar prácticamente toda de Estados Unidos”.

Aunque nacieron en Estados Unidos, continuó el obispo, eran, ante todo, cristianas comprometidas que eligieron servir al pueblo de Chalatenango.

“Ellas se caracterizaron por ese servicio en nuestro país, incluso las que vivieron en Chalatenango”, agregó. “De hecho, nosotros celebramos el 2 de diciembre, el martirio, en honor a ellas, o la fecha en honor a ellas, asumimos a todos los mártires chalatecos, porque fueron miles (de mártires) aquí en este departamento donde estamos”.

El obispo dijo que, “declararlas santas no es algo que a mí me corresponde, pero mártires claro que lo son” y cree que Chalatenango, donde están enterradas las mujeres, “aquí tenemos a esta grandes santas, pues que, para mí, lo son, porque fueron mártires, y porque vivieron el Evangelio de Jesucristo hasta las últimas consecuencias”.

Estudiando la historia de la iglesia, dijo, “yo quisiera recordar aquí que el culto a los santos en la Iglesia Católica, que ha sido tan importante … comenzó por los mártires. Los primeros santos fueron los mártires”. Sin embargo, oficialmente, debido a que pertenecían a diferentes órdenes, diferentes diócesis, países, y una de ellas era laica, abrir una causa de canonización y bajo que jurisdicción puede ser un asunto complicado, dijo el obispo.

Pero el padre Acosta dijo: “No es importante que las canonicen oficialmente. A ellas las canonizó el pueblo”.

“Si Roma quiere hablar, que hable. Yo lo que no dudo es que son santas, que son mártires, para mi son las mujeres mártires del 1980”, compartiendo el mismo año del martirio del arzobispo Romero, quien ahora es oficialmente un santo, agregó.

Aunque la pandemia de COVID-19 puso un paro a la conmemoración pública del 40 aniversario del martirio de San Romero en marzo, la Diócesis de Chalatenango dijo que continuará con planes para conmemorar el 40 aniversario de lo que llama el martirio de las mujeres con la misa anual del Día de los Mártires de Chalatenango, la bendición de las tumbas de las hermanas Maryknoll, y quizás un programa a través de una transmisión en vivo en su página de Facebook como parte de una peregrinación digital para aquellos que no pueden asistir.

“Para nosotros es importante que aquellos en Estados Unidos comprendan que estas hermanas fueron mártires por la causa del Evangelio”, dijo el obispo Escobar. “Y que han habido verdaderos santos en estos tiempos de la historia, de Estados Unidos, cómo fueron estas hermanas”.

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Author: Catholic News Service

Catholic News Service is the U.S. Conference of Catholic Bishops’ news and information service.

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