(OSV News) — Había perdido a su padre y no quería superar el duelo tan rápidamente. Sentía que, si ya no estaba devastado, eso significaría que “lo estaba olvidando”.
Es algo que suele suceder cuando pierdes a un ser querido. A mí me pasó, sobre todo cuando falleció mi papá. Si aún lo sientes cerca, es como si no hubiera muerto y siguiera contigo. Es como si estuviera en la habitación de al lado o de viaje. “No está aquí” no es lo mismo que “está muerto”.
Pero los recuerdos que te hacen sentir como si estuviera contigo desaparecen rápidamente. Me sentí terrible cuando, de repente, me di cuenta de no había pensado en mi papá en varios días. Fue una sensación horrible, de esas que te generan culpa. Hoy, 20 años después, salvo cuando rezo, puedo pasar mucho tiempo sin pensar en él.
Pienso en mi padre cuando algo puntual me trae su recuerdo. Como escribí unos años después de su fallecimiento, cuando veía un libro que sabía que le encantaría en alguna librería, lo sacaba del estante, solo para darme cuenta de que ya no estaba vivo para leerlo. Sentía un dolor agudo en el pecho, como el que se siente cuando el cuerpo entra en pánico y se llena de adrenalina.
Varias veces estuve al borde de las lágrimas en esos pasillos. La gente pasaba a mi lado rápidamente, algunos me miraban como si estuviese loco, mientras que otros evitaban mirarme a los ojos.
En aquel momento escribí que el mundo tenía un vacío que nunca se llenaría del todo en esta vida. Eso sigue siendo cierto, pero con el tiempo ese vacío se ha ido llenando un poco, de una manera que no esperaba. Ahora es como un abismo que podría hacerme tambalear, pero no tan profundo que me arrastre por completo. Es una bendición, aunque me hace sentir algo extraño. Era mi padre, lo amaba, ¿por qué ya no estoy tan triste?
Esto es lo que le escribí a un amigo, con algunos cambios porque con el pasar de los años he entendido más desde que falleció mi padre: “Creo que así es como debemos vivir. El olvido es una bendición. No podemos vivir siempre cargando con el dolor de la pérdida”.
Si bien con el tiempo nos vamos olvidando, podemos hacer algo para mantener vivo el recuerdo. Para mí, vivir sin mi padre significa asumir el trabajo que él me dejó. Recuerdo que, cuando él estaba vivo, sentía que mi familia y yo estábamos en una acogedora cabaña, sentados junto al fuego, a salvo de todo, mientras él vigilaba en la fría y ventosa cresta nevada.
Ahora soy yo quien está en la cresta. Esto se volvió realidad cuando mi hermana se enteró de que tenía cáncer terminal hace nueve años, y fui yo quien la cuidó. No tenía a nadie más, y yo era su hermano. Mi padre lo habría hecho. Asumir su lugar fue una forma de mantener vivo su recuerdo.
Algo parecido ocurre con cada ser querido que fallece. A menos que hayan sido realmente crueles contigo, te dejan un rol que puedes asumir: ocupar su lugar, hacer lo que ellos hacían o ser lo que ellos fueron.
En cierto modo, tus seres queridos se convertirán en un modelo. Si fueron amables con los extraños, con personas un tanto raras o difíciles, tú también puedes serlo. Si hablaban bien de los demás, de manera que las personas más críticas también lo hacían, puedes esforzarte por hablar con amabilidad.
Mi padre se hizo amigo de aquellos a quienes la gente acomodada solía tratar como sirvientes o incluso como campesinos. Los valoraba por lo que eran, no como personas en el otro extremo de la escala social. Eso lo fui interiorizando a medida que crecía. Hoy me sentiría menos culpable por robar un banco que por ser grosero con una camarera.
Para que la imitación se convierta en un recuerdo que realmente sientas como tal, es importante que reconozcas, si puedes, a la persona que perdiste en aquello que estás imitando. No siempre es posible. Sin embargo, aunque no lo consigas, ser de alguna manera lo que esa persona te inspiró es una forma de recordarla, y así nunca la olvidarás.
Cuando era joven, los anuncios de productos lujosos a veces utilizaban la frase: “Vivir bien es la mejor venganza”. Parecía dirigida a quienes habían lidiado con gente difícil para conseguir la vida que siempre habían deseado.
Se puede interpretar el dicho de otro modo. Puedes aplicarlo a la vida después de la muerte de alguien a quien amabas y sigues amando, aunque ya no lo recuerdes con la misma intensidad que al principio, si intentas imitar sus virtudes. Hacer el bien en esta vida es la mejor manera de recordarlo.
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Por David Mills, OSV News