Director de misiones pontificias para El Salvador muere de COVID-19

Por Rhina Guidos | Catholic News Service

SOYAPANGO, El Salvador (CNS) — La casulla y la estola del sacerdote iban pegadas al ataúd cubierto con plástico mientras cuatro hombres con trajes sanitarios lo levantaban hacia su viaje final el 11 de mayo, a través de las puertas principales de la iglesia que había sido su hogar durante 34 años.

En la iglesia católica que lleva el nombre de San Antonio de Padua en Soyapango, la segunda ciudad más grande de El Salvador, el padre Estefan Turcios, de 70 años, pastoreó a generaciones de salvadoreños de clase obrera.

Durante el conflicto armado en El Salvador, en la década de 1980, con una bandera blanca colgando de su pickup, salía a repartir comida y comunión a su rebaño y otros atrapados en sus vecindarios por la violencia en las calles.

“Dijo que tenía que darles de comer, así en medio de las balas”, dijo Angelita Molina, ama de llaves en la casa parroquial desde 1987.

Feligreses y amigos del padre Estefan Turcios, director nacional de las Obras Misionales Pontificias para El Salvador, se re˙nen para rezar cerca de su tumba el 21 de mayo de 2021, tras una misa en la iglesia de San Antonio, Soyapango, El Salvador. El querido sacerdote, quien también fue director de la oficina de derechos humanos para la Arquidiócesis de San Salvador, falleció el 8 de mayo de 2021 a causa del coronavirus. (Foto CNS/Rhina Guidos)

En ese entonces, a pesar de que había sido torturado por soldados, se enfrentó a ellos cuando una estatua de un santo popular para sus feligreses desapareció después de que militares ocuparon la iglesia.

Recuperó la estatua.

Pero fue el coronavirus, omnipresente e implacable en Soyapango durante los últimos 13 meses, lo que acabó con la vida del querido pastor el 8 de mayo.

“Te queremos, Padre Estefan”, gritó una mujer desde una multitud de feligreses y amigos que se reunieron el 11 de mayo para animar su última entrada a la iglesia, donde con alegría había celebrado por más de tres décadas con ellos bautismos y bodas y los había consolado durante funerales de sus seres queridos. Esta vez, sin embargo, las puertas que siempre daban la bienvenida a la entrada se cerraron rápidamente para evitar que la multitud, desesperada por ver a su pastor, se acumulara mientras entraba el vehículo que transportaba su ataúd.

Normas estrictas para los funerales de Covid-19 en El Salvador impiden la reunión de más de dos personas en un entierro, que en el caso del padre Turcios se complicó porque su último deseo, por el que lucharon sus feligreses, era ser enterrado en la iglesia. Personal adicional de la funeraria tuvo que estar presente para bajar el ataúd en el espacio interior del templo.

El Ministerio de Salud del país tuvo que aprobar el entierro, y solo a un sacerdote con traje sanitario y la cabeza cubierta se le permitió estar cerca para ofrecer un responso antes del entierro debajo de los pies de una imagen del Cristo Negro de Esquipulas.

Igual que a las personas que pastoreaba, el padre Turcios había estado rodeado por la muerte, ya sea por la guerra o por la violencia de las pandillas por décadas. Criticó ambos tipos de agresión, lo que había producido una fuga de su comunidad cristiana que salía de su país en busca de un futuro mejor o lugares lejanos en EE.UU. o Europa, buscando tranquilidad lejos de la violencia de las pandillas que azotan a Soyapango.

Pero incluso con los que se fueron, él siempre mantuvo contacto con el rebaño itinerante, consolándolos durante sus viajes, felicitando sus éxitos y atendiéndolos durante sus dificultades familiares lejos de casa. Una de ellas era la feligresa Estela Barahona López, quien se fue para Italia pero hablaba por teléfono con él y lo veía a menudo cuando viajaba a Roma para reuniones que atendía cuando fue nombrado director de las Obras Misionales Pontificias para El Salvador en 2014.

“Era más que familia”, dijo Barahona, quien vive en Milán. “Pasé más tiempo con él que con mi propia familia”.

En las afueras de la iglesia en Soyapango, con pocas opciones disponibles para mostrar su duelo, los feligreses llenaron una pizarra con fotos de ellos con su pastor, en salidas en familia, bautismos, matrimonios, durante las procesiones al aire libre que tanto amaba. Algunas fotos mostraban al pastor en tiempos más felices con ministros laicos que también habían muerto de COVID-19.

En octubre del 2020, el padre Turcios dijo que decidió dejar de contar cuántas personas de su parroquia habían muerto de COVID-19 porque le causaba demasiado dolor, pero un mes después, durante la celebración del Día de los Fieles Difuntos y Todos los Santos, él hizo que otros feligreses llevaran en una procesión fotos de miembros de la comunidad que habían muerto durante la pandemia.

Aunque su principal cargo era atender su parroquia, también era el encargado del departamento de evangelización para la Arquidiócesis de San Salvador, vicario episcopal de la misión permanente para la arquidiócesis, así como el director de la oficina de derechos humanos y asesor del arzobispo.

“Es como un pulpo, ese padre Estefan, tentáculos por todos lados. Trabajaba tantas distintas cosas y todas le salían bien”, dijo el cardenal salvadoreño Gregorio Rosa Chávez, quien presidió la misa en la parroquia de San Antonio el 21 de mayo.

Los sacerdotes bromearon durante una misa anterior en la catedral de San Salvador diciendo que ahora tendrían que buscar cuatro sacerdotes para manejar la carga de trabajo que dejó el padre Turcios en la arquidiócesis.

Debido a su incansable y constante contacto con la gente, cientos llegaron junto con feligreses a las calles de la ruta que el sacerdote recorría durante las procesiones, con la esperanza de que pasara el coche fúnebre cerca de ellos para poder despedirse. La policía local, sin embargo, decidió tomar la ruta más corta posible, ignorando las plegarias de la feligresía, excepto a aquellos que se habían reunido frente a las puertas principales de la iglesia y que aplaudieron y gritaron con alegría cuando su cuerpo llegó a casa.

Más allá de las puertas de la iglesia, una banda militar tocó en el estacionamiento de la parroquia mientras el ataúd entraba. La iglesia, de la que había estado el padre Turcios tan feliz al verla llenarse nuevamente cuando su rebaño comenzó a perder el miedo al coronavirus, estaba vacía.

Menos de un mes antes, muchos se habían alegrado al darse cuenta de había recibido la primera inyección de CoronaVac, una versión china de la vacuna contra el coronavirus que el gobierno salvadoreño ha administrado a gran parte de la población. Aunque su primera dosis había sido el 14 de abril, para el 20 de abril había comenzado a sentir síntomas de lo que parecía una gripe. Una semana después fue hospitalizado y poco más de una semana después de eso, murió.

La última imagen de su viaje terrenal fue el diseño azul marino de una casulla favorita, la cual brillaba antes de ser cubierta al sellarse la cripta.

“Hoy su pastor los lleva en su corazón y en su casulla, su comunidad por la que se esforzó”, dijo el cardenal Rosa Chávez en la misa terminando los ritos funerarios del padre Turcios. “En su casulla el llevaba a su comunidad con la que él se esposó … y estamos aquí, en familia, estamos intensamente en esta celebración”.

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Author: Catholic News Service

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