El espíritu de Las Posadas

Por Moises Sandoval
Servicio Católico de Noticias

Las Posadas son un ritual histórico, celebradas en México por 400 años, común también en el mundo hispano, hasta en Las Filipinas, y en muchas partes de Estados Unidos donde viven latinos. Hasta iglesias protestantes las celebran, como Grace Episcopal en Madison, Wisconsin.

“Es un festival de aceptación”, dijo el reverendo Pat Size, el pastor. “¿Quién va a recibir al niño? ¿Quiénes encontraran espacio en su corazón para Jesús, el hijo de Dios”?

Históricamente, esos interrogantes se contestaron en Belén 2,000 años pasados. Lo recibieron no los ricos y los poderosos sino los más humildes, los pastores que vigilaban sobre su rebaño. Pero existencialmente, ese siempre es el desafío.

Las Posadas son una novena, empezando el 16 de diciembre y culminando la Nochebuena. Cada noche los participantes visitan un hogar diferente. Acompañados por otros participantes, una pareja vestida como María Santísima y San José tocan la puerta y piden posada.

Al recibir admisión, después de un dialogo, todos se hincan ante la escena de la Natividad y, típicamente, rezan el rosario. Luego cantan villancicos y después disfrutan de la fiesta preparada por los anfitriones y los huéspedes.

Saul Gonzalez y Kenia Salas hacen los papeles de Jose and Maria en una posada tradicional mexicana mientras caminan al lado de la frontera internacional en Nogales, Mexico el 20 de diciembre de 2015. Las Posadas son una novena, empezando el 16 de diciembre y culminando la Nochebuena. Cada noche los participantes visitan un hogar diferente. Acompanados por otros participantes, una pareja vestida como Maria Santisima y San Jose tocan la puerta y piden posada. (CNS foto/Nancy Wiechec)

El espíritu de Las Posadas, aceptando y siendo aceptados, encarna nuestras más vivas memorias.

Para mí, una ocurrió en Albuquerque, Nuevo México, hace medio siglo. Acabábamos de mudarnos a la vecindad de Los Altos del Sureste y no estábamos seguros si nuestros vecinos nos iban a aceptar. Los Altos eran para los anglos; el Valle del Río Grande para los latinos. Sin embargo, nuestra parroquia (Espíritu Santo) era la más cordial en cual hemos vivido.

Al entrar a la iglesia por primera vez, una persona nos dio la bienvenida y nos invitó a integrarnos a varias organizaciones, una de ellas el Movimiento Familiar Cristiano, que para nuestra primera Navidad designó nuestra casa una que Las Posadas iban a visitar.

Después de orar, cantar y compartir la fiesta con amigos, vecinos y parroquianos, nuestra pena de ser aceptados desvaneció.
Hoy día hay muchas variaciones de Las Posadas. En San Antonio, una procesión grande desfila por el Paseo del Rio por el centro de la ciudad y culmina en la Catedral de San Fernando.

En Croton-on-Hudson, Nueva York, donde vivimos 40 años, Jim y Gaynell Cronin invitan a una docena de familias a una Misa de Nochebuena celebrada en su casa por el padre Capuchino Jack Rathschmidt, quien fue misionero en Centroamérica. Todos contribuyen a la fiesta que sigue la Misa. Participamos por muchos años.

En California, donde un muro de yero divide a México y Estados Unidos, mexicanos y norteamericanos celebran Las Posadas a través del muro, con los mexicanos clamando, “Déjennos entrar”, y los norteamericanos respondiendo: “No podemos”.

Así es que siempre tenemos el desafío existencial. La religiosa de Victory Noll Marie Bodin, en 1923 una misionera en Ocaté, Nuevo México, una aldea cerca donde yo nací, describió como en una víspera de Navidad colmada de quehaceres ella y su superiora, Julia Doyle, por fin habían terminado y regresado a su convento cuando alguien toco su puerta.

Al abrir, encontraron un pobre hombre que les suplicó que le dieran posada a su enferma esposa. Iban en camino al hospital en Las Vegas, 30 millas de lejos, por carro de caballos y el paso era muy lento porque había nevado mucho. Tenían que pasar la noche en Ocaté.

“Recordando que María Santísima y San José habían tenido que pedir posada, nos alegramos a proveer hospitalidad a esa mujer enferma”, escribió Bodin. “La hermana Julia le dejó su dormitorio e hizo cama en el suelo del mío”.

Gloria a Dios en las alturas y paz para todos de buena voluntad.

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