Hoffsman Ospino: Para remediar la plaga de la división, comencemos con la amistad

By Hosffman Ospino | Catholic News Service

El título me llamó la atención: ¡”Tú ya no eres mi madre”! El artículo, publicado en inglés por la agencia Reuters un día antes de las elecciones presidenciales estadounidenses del 2020, compartía la historia de una madre a quien su hijo ya no le reconocía como tal. La razón: diferencias políticas.

Lamentablemente esa historia no es novedosa. La hemos escuchado muchas veces. Quizás muchos de nosotros podemos contar nuestra propia versión porque hemos experimentado algo similar en nuestras familias y comunidades. Es una plaga.

Por Hosffman Ospino

Cuando los padres dejan de reconocer a sus hijos y los hijos a los padres; cuando los esposos dejan de hablar; cuando ciertos familiares ya no son bienvenidos en nuestros hogares y cuando las amistades terminan abruptamente, todo por razón de diferencias políticas e ideológicas, tenemos que reconocer que hay algo que no anda bien.

Cuando los católicos no podemos compartir juntos; cuando las familias son exiliadas de sus parroquias porque ya no “encajan” con el resto de la comunidad; cuando los católicos comienzan a buscar predicadores y maestros que compaginan convenientemente con sus convicciones no religiosas; cuando nuestra identidad católica es cuestionada, todo por razón de diferencias políticas e ideológicas, tenemos que reconocer que hay algo que no anda bien.

Una sociedad, una comunidad de fe o una familia que considera que la fidelidad a un líder o un partido político o a una ideología — sin importar qué elementos de bien puedan tener — es más importante que los lazos de amor que nos deben unir como padres de familia, hijos, esposos, vecinos, feligreses y amigos, no tiene futuro.

Un grupo de personas en Washington se reúne cerca de la Casa Blanca el 7 de noviembre de 2020, después de la proyección que el demócrata Joe Biden había ganado las elecciones presidenciales. (Foto CNS/Tom Brenner, Reuters)

Como católicos, tenemos la obligación de confrontar estas realidades. No podemos favorecer actitudes y prácticas que generan división y rencor. Hacer esto niega el evangelio. Si en algún momento he hecho algo así, pido disculpas. Como católicos, tenemos la responsabilidad de dar testimonio de una mejor manera de ser iglesia y sociedad: la manera de Cristo, la manera de la comunión.

La plaga de la división que aqueja actualmente a nuestras familias y comunidades no llegó a nosotros de la noche a la mañana. Décadas de mensajes, estrategias, silencio y silenciamiento, tolerancia de la intolerancia y el ignorar nuestra responsabilidad común de hacer del bien común una prioridad están cosechando frutos amargos.

¿Cómo salimos de esta situación? ¿Qué podemos hacer? También tomará décadas, quizás generaciones, para sanar y reconstruir las relaciones y las estructuras sociales que hacen posible que el bien común y la comunión eclesial florezcan. Hay que comenzar de alguna manera. Propongo el camino de la amistad.

En su encíclica “Fratelli Tutti, Sobre la fraternidad y la amistad social” (2020), el papa Francisco nos recordó la importancia de la amistad social. La amistad no se reduce a un simple conjunto de acciones benéficas, nos dice el papa. La amistad exige más que tolerancia o ser una buena persona. La amistad comienza con el amor.

“El amor al otro por ser quien es, nos mueve a buscar lo mejor para su vida. Sólo en el cultivo de esta forma de relacionarnos haremos posibles la amistad social que no excluye a nadie y la fraternidad abierta a todos,” insistió el papa Francisco (No. 94).

La amistad exige la madurez y la intencionalidad de querer entrar en una relación con los demás, aun cuando no estamos de acuerdo con ellos: “La pareja y el amigo son para abrir el corazón en círculos, para volvernos capaces de salir de nosotros mismos hasta acoger a todos” (No. 89).

Suena obvio. Sin embargo, la mayoría de nosotros fallamos en este nivel. Es tiempo de restaurar las amistades heridas por la división y el rencor.

Al preparar la mesa de Acción de Gracias, Navidad y Pascua; celebrar nacimientos, cumpleaños y bautismos; lamentar juntos la partida de seres queridos; y aprender a que se puede estar de acuerdo y en desacuerdo de manera respetuosa, preparemos nuestros corazones para decir, una vez más: “eres mi madre”, “eres mi hijo”, “eres mi amado”, “eres mi compañero en el camino de la fe”, “eres mi amigo”.

Ospino es profesor de teología y educación religiosa en Boston College.

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Author: Catholic News Service

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