Por Moises Sandoval | Catholic News Service
“Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Tiempo para nacer y tiempo de morir, tiempo de arrancar y tiempo de plantar, tiempo de destruir y tiempo de construir, tiempo de llorar y tiempo de reír, tiempo de hacer duelo y tiempo de bailar, tiempo de tirar piedras y tiempo de recogerlas, tiempo de abrazarse y tiempo de separarse”.
Durante esta terrible pandemia, las palabras de Eclesiastés 3 arriba son buen consejo para nosotros. Aunque parece demasiado largo, el momento del COVID-19 va a pasar.
Nuestra esperanza y desafío es el aprender y salir mejor de esta experiencia, no sólo en inmunidad sino en espiritualidad, fuerza moral y solidaridad con nuestros camaradas humanos por todo el mundo.
El terrible número de muertes en nuestro país, cientos de miles más que en cualquier otro país en el mundo, se debe a la iniquidad y la falta de preocupación y compasión por los demás. Por eso, este es un tiempo para abrazar a toda la humanidad, para destruir los muros, sean virtuales o de hierro o concreto, y reconocer que venceremos el virus solo si luchamos unidos.
Dentro de nuestras fronteras tenemos que trabajar por la seguridad de todos, sin distinción de color de piel o credo, inmigrante o ciudadano, libre o preso, pobre o rico, trabajadores esenciales como los campesinos que plantan, cultivan y cosechan y procesan nuestro alimento y los médicos, enfermeras, choferes de ambulancias y los anónimos que limpian, arreglan y, como todos, arriesgan su vida.
Aunque agotados y abrumados, no se rinden en su lucha por la vida de sus pacientes y están presentes hasta el último suspiro de las víctimas.
En verdad, este es el tiempo para morir y para el dolor. También es tiempo para vivir plenamente, sean pocos o muchos nuestros días. Para el Día de Acción de Gracias, no basta agradecer nuestra abundancia sino también ejercer nuestra creatividad para levantar la voz en favor de los desafortunados.
Si tenemos casa o departamento, podemos abogar por los que lo han perdido todo debido al desplomo de la economía. Si tenemos bastante que comer, podemos orar y contribuir, según nuestros medios, comida para alguien de los millones que sufren hambre.
Si nuestros seres queridos, cerca o desparramados por todo el país, están vivos y sanos, podemos empatizar con la agonía de 545 niños separados de sus padres por agentes de inmigración en la frontera mexicana en 2018.
En una campaña de nula tolerancia, la administración Trump, entre octubre 2017 y mayo del 2018, separó 2,700 niños de sus familias. Pero un juez federal anuló la campaña, reuniendo a la mayoría, pero no todos. No se sabe que pasó con los padres de los 545.
Como dijo el papa Francisco el documental “Francesco”, “Esto es crueldad, y separando niños de sus padres viola sus derechos naturales. Un cristiano no puede hacer eso. Es crueldad en su más alta forma”.
En un artículo en la revista jesuita América, escrito por J. D. Long-Garcia, editor superior, la hermana Norma Pimentel, directora ejecutiva de Caridades Católicas en el Valle del Rio Grande en Brownsville, Texas, dijo: “Estaba en las celdas de detención rodeada por niños llorando, sus caras mojadas de lágrimas. Y yo lloraba con ellos”. Por eso, en cuanto experimentamos temor durante estos tiempos, necesitamos ver allende de nuestras dificultades empatizando con las dificultades de los demás.
Sólo así podrá el tiempo de llorar transitar al tiempo de reír, y el tiempo de hacer duelo al tiempo de bailar. Pero antes de abrazarnos, tenemos que pasar por el tiempo de separarnos — es decir, socialmente, para acabar el tiempo del virus.