Es asombroso darse cuenta de que antes del Concilio Vaticano II, el párroco de una parroquia prácticamente lo dirigía todo, y si tenía una escuela, solía confiar en las mujeres de una orden religiosa para dirigirla. Cuando estudiaba teología, un profesor, con una sonrisa en el rostro, afirmó que el antiguo modelo de Iglesia para los laicos era básicamente “rezar, pagar y obedecer”.

El Vaticano II cambió drásticamente la dependencia exclusiva del clero y los religiosos para dirigir parroquias, escuelas y diócesis. Enfatizó el papel esencial de los laicos en la misión de la Iglesia, llamándolos a participar activamente en la santificación del mundo y la evangelización de todas las personas, no solo a través de las actividades relacionadas con la iglesia, sino también a través de sus vocaciones cotidianas en la familia, el trabajo y la sociedad. Debían ser activos en la evangelización, compartiendo su fe con sus palabras y acciones, viviendo como “sal de la tierra” y “luz del mundo”.
El Vaticano II destacó a los laicos como corresponsables de la misión de la Iglesia y ha despertado gradualmente el concepto de cogobierno laico. En mis breves dos años como obispo, encuentro mucha esperanza al encontrarme con todos los laicos y laicas dedicados, que trabajan arduamente para servir a los fieles de nuestra diócesis, ya sea en el Centro Pastoral, la Cancillería, en nuestras parroquias de la ACC, escuelas y colegios católicos y otras organizaciones religiosas y ministeriales. Es una labor de amor para ellos y su pasión es despertar en los fieles laicos la responsabilidad de su misión, recibida en el bautismo, de convertirse en discípulos misioneros de Jesucristo en el mundo de hoy.
También en el Segundo Concilio, la familia se identifica como unidad fundamental de la sociedad y la “iglesia doméstica”, donde la fe y los valores se transmiten de generación en generación. El Papa San Juan Pablo II afirmó en su exhortación apostólica “Sobre el papel de la familia cristiana en el mundo moderno” (“Familiaris Consortio”), que “dado que los padres han dado la vida a sus hijos, tienen la solemnísima obligación de educarlos”. Por lo tanto, los padres participan en la misión de la Iglesia como los primeros y principales educadores de sus hijos.
Tras asistir recientemente al Retiro de Castaway, (Náufragos en Español), para estudiantes de secundaria, con más de 400 jóvenes presentes, me sentí lleno de alegría al ver a los jóvenes tan entusiasmados con su fe católica. También me emociona ver como Young Life está creciendo a pasos agigantados en nuestra diócesis. Los viajes estudiantiles a Steubenville y a la Conferencia Nacional de Jóvenes Católicos también están encendiendo el corazón de nuestros jóvenes. Quiero que los jóvenes católicos se vean a sí mismos como discípulos misioneros, llamados a llevar la buena nueva de Jesucristo a todas las personas que conozcan, pero especialmente a sus compañeros. Como suelo decir a los jóvenes en mis sermones: “¿Y si fueras tú,
el único Cristo que tus amigos conocerán?”.
Sin importar quién seas, dónde trabajes o cuál sea tu estatus social, como católico bautizado estás llamado a amar y servir al Señor y a participar activamente en la vida de la Iglesia. En este mes de mayo, cuando honramos a María, Madre de la Iglesia, pido para que ella interceda por todos nosotros, para que cada uno de nosotros pueda despertar su llamado bautismal a ser discípulos misioneros de Jesucristo dondequiera que nos encontremos, en cada momento de cada día.
Suyo en Cristo,
+Obispo Patrick M. Neary, CSC, es el décimo obispo de la Diócesis de St. Cloud, Minnesota.