Por Carol Glatz | Catholic News Service
CIUDAD DEL VATICANO (CNS) — La Cuaresma es un momento para reconsiderar el camino que uno está tomando en la vida y finalmente responder a la invitación de Dios de regresar a él con todo el corazón, dijo el papa Francisco.
” La Cuaresma no es hacer un ramillete espiritual, es discernir hacia dónde está orientado el corazón”, dijo, “¿Hacia dónde me lleva el navegador de mi vida, hacia Dios o hacia mi yo?”
Los comentarios del papa se produjeron en su homilía en la misa del 17 de febrero para el Miércoles de Ceniza, que incluyó la bendición y distribución de las cenizas, que marcó el comienzo de la Cuaresma para los católicos de rito latino.
Debido a las medidas para reducir la propagación del coronavirus, la misa y la distribución de cenizas tuvieron lugar con una congregación de poco más de 100 personas en el altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro.
El papa Francisco no hizo la caminata tradicional desde la Iglesia de San Anselmo hasta la Basílica de Santa Sabina en el Aventino de Roma para evitar que grandes multitudes de personas se reunieran a lo largo de la ruta.
En la Basílica de San Pedro, el papa recibió cenizas en la cabeza del cardenal Angelo Comastri, arcipreste de la basílica, y distribuyó cenizas a unas tres docenas de cardenales, así como a los sacerdotes y diáconos que lo asistieron en la misa.
En su homilía, el papa dijo que hay que inclinarse para recibir las cenizas rociadas sobre la coronilla, lo que refleja el “abajamiento humilde” que uno hace al reflexionar sobre la vida, los pecados y la relación con Dios.
“La Cuaresma es un viaje de regreso a Dios”, especialmente cuando la mayoría de la gente vive cada día ignorando o retrasando su respuesta a la invitación de Dios de orar y hacer algo por los demás.
“Es el momento para verificar las sendas que estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, para redescubrir vinculo fundamental con Dios, del quien todo depende todo”, dijo.
“El viaje de la cuaresma es un éxodo, es un éxodo de la esclavitud a la libertad”, dijo, señalando las fáciles tentaciones a lo largo de ese viaje, incluido el anhelo por el pasado, u obstaculizado por “nuestros apegos malsanos, se frena por los lazos seductores de los vicios, de las falsas seguridades del dinero y del aparentar, del lamento victimista que paraliza. Para caminar es necesario desenmascarar estas ilusiones”.
El camino de regreso a Dios, dijo, comienza con la comprensión, como el hijo pródigo, de cómo “hemos quedado con las manos vacías y el corazón infeliz” después de malgastar los dones de Dios “por cosas insignificantes”.
El papa recordó nuevamente a los confesores que deben ser como el padre en la historia del hijo pródigo y no usar “un látigo”, sino abrir los brazos en un abrazo de bienvenida.
“El camino no se basa en nuestras fuerzas; nadie puede reconciliarse con Dios por sus propias fuerzas, no se puede, no se puede. La conversión del corazón, con los gestos y las obras que la expresan, sólo es posible si parte del primado de la acción de Dios”, y a través de su gracia, dijo el papa.
Lo que hace que las personas sean justas no es la justicia que muestran a los demás, “sino la relación sincera con el padre”, después de reconocer finalmente que uno no es autosuficiente, sino que tiene una gran necesidad de él, su misericordia y gracia.
El papa pidió a la gente que contemple diariamente al Cristo crucificado y vea en sus llagas, “nuestro vacío, nuestras faltas, las heridas del pecado, los golpes que nos han hecho daño”.
“Precisamente allí vemos que Dios no nos señala con el dedo, sino que abre los brazos de par en par”, dijo.
Es en las heridas más dolorosas de la vida, que Dios espera con su infinita misericordia porque es allí es “donde somos más vulnerables, donde más nos avergonzamos” y donde viene a encontrarse de nuevo con sus hijos.
“Y ahora”, dijo el papa, “que ha venido a nuestro encuentro, nos invita a regresar a Él, para volver a encontrar la alegría de ser amados”.