Pregúntale Padre Tom: Contando historias de vida y muerte

Las historias nos obligan. Los autores, compositores, poetas y artistas lo saben. Las mejores historias nos atraen, nos hacen parte del drama y generan interés personal en los personajes. Nos vemos a nosotros mismos en ellos, tal como somos, o como desearíamos ser.

Por Padre Tom Knoblach

Los cabilderos, los especialistas financieros, los “influencers”, (los influyentes en el mundo de hoy en cualquier área), de nuestros días también lo saben. Entienden que es mejor defender una propuesta de política, un producto o servicio, o un cambio social no con estadísticas, gráficas y argumentos razonados, sino con historias de la vida de las personas. Mary, la madre soltera en apuros; Joe, el carpintero de la calle que entrena fútbol juvenil; Jennifer y Matthew, cuyo hijo murió a causa de la violencia armada. Las historias hacen que los conceptos abstractos y las posibilidades futuras cobren vida.

Jesús también lo sabe, por supuesto. Sus familiares parábolas y sus personajes como el Buen Samaritano, el Hombre Rico y Lázaro, la Oveja Perdida y el Sembrador y la Semilla han entrado en nuestra conversación diaria y estimulan nuestra imaginación.

Las historias nos obligan.

Los últimos siete años han sido testigos de esfuerzos regulares renovados para introducir una legislación en Minnesota que permita el suicidio asistido. El proyecto de ley presentado en 2016 fue retirado por su autor cuando quedó claro que había una oposición abrumadora. La “Ley de Opciones para el Final de la Vida” reapareció en 2019 y ahora nuevamente en 2023 en ambas cámaras (HF 1830, SF 1318). Aunque su resultado es incierto, sigue siendo un riesgo en nuestro estado.

Basada en gran medida en la ley de Oregón de 1994 e impulsada por el éxito gradual pero eventual de esfuerzos similares en todo el país, la legislación propuesta se ha vuelto cada vez más expansiva y erosiona las distinciones y precauciones que alguna vez se consideraron necesarias. Cualquier médico con licencia podría recetar medicamentos letales. Las familias no necesitan ser notificadas. Una evaluación psicológica sería opcional. Las instalaciones tendrían un control limitado sobre la práctica dentro de sus paredes.

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Las tendencias de los últimos años se suman a la presión detrás de este esfuerzo. La crisis de salud mental en todo el país, las diversas barreras para acceder a la atención médica y paliativa en muchas áreas, los desafíos para retener una fuerza laboral de atención médica adecuada y el individualismo persistente en nuestra cultura se suman a la tentadora ilusión de control sobre la vida.

Porque las historias nos obligan, ya ha visto artículos, noticias, videos y otros medios que cuentan las historias de personas que abogan por el suicidio asistido. Pero también hay historias que afirman la vida, y necesitamos que se cuenten más: las familias que vigilan a un ser querido moribundo; los voluntarios de No One Dies Alone, (Nadie debe Morir abandonado), que se sientan con personas desconocidas para ellos cuando la familia no puede estar presente; los proveedores compasivos que brindan una variedad de medidas de comodidad a través de cuidados paliativos para mejorar la calidad de vida de aquellos que no mejorarán, pero pueden sentirse mejor; los vecinos que escuchan, hacen las tareas del hogar y ofrecen pequeños gestos de bondad para aliviar la pena y el dolor que naturalmente acompañan a una enfermedad grave y a la proximidad de la muerte.

Por supuesto, uno puede descartar tales testimonios con bastante facilidad: “Eso es genial para ti si lo eliges. Pero eso no es lo que elijo”. Pero este tema no es simplemente una cuestión de convicciones y preferencias personales. Por convincentes que sean, las historias pueden enmascarar preguntas esenciales que debemos hacernos cuando superamos episodios conmovedores y pensamos en el panorama general de la aprobación de leyes para permitir el suicidio asistido. ¿En qué tipo de sociedad nos convertiremos si esto es parte de nuestra respuesta a la enfermedad y la necesidad humana?

Dejando de lado cualquier afirmación de fe y moralidad, un análisis puramente pragmático plantea preocupaciones fundamentadas. La legalización del suicidio asistido socava el contrato social y los compromisos de la comunidad médica de curanderos para ayudar a los enfermos y proteger a los vulnerables. Normaliza la muerte como remedio para la ansiedad, el miedo y la dependencia. Agrava el sesgo contra quienes viven con discapacidades y enfermedades crónicas del cuerpo y la mente, y puede pasar fácilmente del deseo de morir para algunos a un “deber de morir” para otros que son percibidos como que agotan los escasos recursos. Desalienta el desarrollo de mejores técnicas para aliviar el sufrimiento humano y hacer que los cuidados paliativos estén más ampliamente disponibles. Eleva la elección individual de unos pocos para convertirla en la obligación de muchos.

Pero esos se leen como abstracciones. Necesitamos historias de aquellos cuya resiliencia, coraje y compasión desinteresada inspiren esperanza tanto en quienes dan como en quienes reciben. Crea esas historias con los necesitados y cuéntalas ampliamente.

Si bien la muerte reclamará a cada uno de nosotros, no es necesario que sea nuestro amo. El sufrimiento, el miedo y la dependencia de los demás pueden amenazar lo que apreciamos y consideramos importante en la vida, pero el suicidio asistido permite que la muerte silencie las historias de la vida abarcada en toda su variedad. ¿Es ese silencio la historia que queremos contar a los que nos seguirán?

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El padre Tom Knoblach es párroco de Sacred Heart en Sauk Rapids y Annunciation en Mayhew Lake. También se desempeña como vicario de ética del cuidado de la salud para la Diócesis de St. Cloud.

Visite mncatholic.org para obtener más información y una forma sencilla de comunicarse con sus funcionarios electos para hacer oír su voz sobre esta legislación propuesta y muchos otros temas basados en la enseñanza social católica.

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Author: The Central Minnesota Catholic

The Central Minnesota Catholic is the magazine for the Diocese of St. Cloud.

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